Después de tres meses viviendo y recorriendo Europa, contaba con 200 euros en el bolsillo. No sólo no me alcanzaba para el comienzo de «mi nueva vida», sino que apenas me alcanzaba para vivir quince días.

Antes de perder el vuelo de regreso a Buenos Aires, acordé con mis padres que ellos me ayudarían económicamente hasta el día 5 de mayo; en dos meses yo tenía que conseguir vivienda, trabajo y el dinero suficiente para mantenerme. Pasado ese plazo, sin importar si lo había logrado o no, ellos anularían la extensión de la tarjeta.

Geri, el chico que de un día para el otro se convirtió en mi pareja, cumplió con su promesa y me hospedó unos días en su casa del Raval. Al cuarto día, en un grupo de alquiler en Facebook, encontré un anuncio de alquiler de habitación en Grácia de una chica llamada Meri.

Le envié un mensaje privado contándole mi interés y descubrí, husmeando en su perfil, que era argentina y que teníamos de amiga en común a mi mamá. Lo tomé como la segunda señal de que iba por buen camino. Ella me respondió y concretamos una visita para el día siguiente.

Inicié mi trayecto en la estación Liceu. Estaba nerviosa, justa de tiempo y no quería, como en tantas otras ocasiones, bajarme en una estación equivocada. Presté mucha atención a la luz parpadeante que marcaba el recorrido de la línea verde, Cataluña, Paseo de Grácia, Diagonal. Las puertas se abrieron en Fontana y me apresuré a salir del metro.

El distrito Vila de Grácia, que por alguna razón no había visitado jamás, me recibió con una calidez inesperada. Era tanta la luz y frescura que había en la calle que no parecía invierno. El sol me calentaba las mejillas y se abría paso entre una hilera de palmeras verdes, idénticas a las que había plantado mi papa en el jardín de mi antigua casa. Tenía unas ganas inmensas de quedarme al sol, pero el móvil vibró en mi bolsillo y me acordé que estaba por llegar tarde.

En carrer de les Carolines 20 se encuentra Casa Vicens, edificio modernista y primera obra de Antoni Gaudí.

Les Carolines 5

El cartel nomenclador de la esquina indicaba que el piso se ubicaba en la misma calle de la primera casa de Gaudí, aún en restauración, Les Carolines. Llegué al número cinco, toqué el timbre y alguien abrió desde el portero automático. Por la escalera bajó corriendo un tipo de perro alfombra acompañado de una chica alta, de pelo oscuro y sonrisa amplia que intentaba cogerlo sin éxito mientras se reía.

—¡Hola! Yo soy Meri y éste peludo de acá es Gota —dijo y se acercó a darme dos besos—. ¿Llegaste bien? Creímos que te habías perdido.

Me guió hasta el salón de su piso, donde sentados alrededor de una mesa ratona, me esperaban un hombre tomando mate y una joven de aspecto nórdico. Él se presentó como «José, su novio» y ella como Jonna, una estudiante de Erasmus sueca.

«El mate no es una bebida, mis queridos lectores de otros pueblos. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En Argentina nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.» [Más respeto, que soy tu madre. Hernán Casciari 2003]

Meri me cebó un mate mientras me contaba lo muy sorprendida que estaba de que el universo nos hubiese juntado. Me explicó que había conocido a mis padres en un viaje de meditación a la montaña en una de sus visitas a Argentina. No habían vuelto a cruzar palabra más que en algún comentario en fotos de Facebook, así que cuando le escribí no lo pudo creer.

Jonna me preguntó qué estaba haciendo en Barcelona y qué planes tenía. Les conté de Geri, de mi viaje, mi decisión repentina de quedarme, mi proyecto y la condición en la que me encontraba. Ellos, uno a uno, fueron haciendo lo mismo. Tuve la misma sensación que cuando conocí a Clara: calma.

—…Bueno, ¿qué decís?, ¿te mostramos el piso? —dijo Meri al concluir su historia.

Tour

El piso era antiguo, con grandes ventanales blancos que llenaban de luz los rincones. Lámparas de colores, frases y hormigas de alambre adornaban las paredes, dándole calidez y convirtiéndolo en un hogar. La cocina era pequeña y el baño estaba separado de la bañera, algo que jamás había visto y me llamó mucho la atención. José lo notó y dijo que, aunque era raro, ayudaba en la organización.

La habitación que alquilaban tenía las paredes pintadas color naranja, una cama doble del lado izquierdo y una ventana que daba al interior del edificio. Me pareció bonita, no tenía muchas exigencias tampoco, y me convencí rápidamente de que era el lugar correcto para vivir. Estaba segura que estar cerca de personas de mi tierra iba a hacer el cambio mucho más llevadero y sentí que no tenía nada más que pensar.

Cuando acabamos el recorrido, Meri me dijo que si estaba interesada en la habitación teníamos que hablar sobre las reglas generales de convivencia. José tomó las riendas de la conversación enumerándolas una a una:

—Para nosotros es muy importante la limpieza. La distribuimos de manera mensual, o sea que cada cuatro meses te va a tocar encargarte de la limpieza y del cuidado del piso durante todo un mes. Si te hacés la boluda y no limpiás, se nota; Gota pierde mucho pelo —dijo riéndose.

—Después… Meri y yo, lavamos y secamos la ropa, lunes, martes y miércoles. Jonna lo hace los jueves y viernes, y a vos te tocaría los sábados y domingos. El tender para secar la ropa es chiquito, y si lavamos todos el mismo día es un caos.

—Se aceptan visitas, pero en el baño tiene que haber cuatro cepillos de dientes; no puede venir tu novio a pasarse toda la semana en casa. Si algún familiar viene de visita, hay que hablarlo antes, pero se puede quedar acá.

Estuve de acuerdo en todo y les pregunté qué precio tenía el alquiler.

—La habitación vale 340, más 40 euros de gastos. Están incluidos, gas, electricidad, agua, internet y las cosas básicas de la limpieza de la casa —dijo Meri.

—Pedimos también un mes de fianza que se devuelve si te vas —intervino José.

—Me parece bien, la casa me encanta. ¿Hasta cuándo tengo tiempo de tomar una decisión? —respondí.

—Tenemos una entrevista más con otro chico a las 17 h. Nos urge alquilarla, hoy es día 28 y mañana hay que pagar el piso. Si lográs decidirte esta tarde, mejor.

El tiempo corría a contrarreloj, tenía que hablar de inmediato con mis padres y encontrar el modo de tener 720 euros en efectivo para el día siguiente.


Alerta spoiler: No pude hacerlo, pero sí pude mudarme. En el siguiente capítulo podrás leer de qué manera lo hice y cómo después de eso logré obtener mi DNI. ¿Qué decís? ¿querés seguir acompañándome en esta historia?


Bss, Maggie